En nuestra cultura
occidental industrializada, desde gran parte del mundo de la pediatría y a
través de los diferentes medios de comunicación (televisión, radio, libros y
páginas web de crianza) o desde la misma consulta de nuestro pediatra, los
padres recibimos el mensaje de que “lo normal” y “saludable” es que el bebé
duerma desde su nacimiento en su propia cuna y, cuanto antes, en otra
habitación; que a partir de los 6 meses, sino antes, tiene que ser capaz de
“dormir toda la noche”, un número determinado de horas y a determinadas horas,
autoconsolarse cuando se despierta y prescindir de la lactancia materna (o el
biberón) durante el sueño nocturno.
Pero los estudios
antropológicos, etológicos y etnológicos demuestran que la naturaleza ha
predispuesto que el bebé humano duerma
en compañía de su cuidador y que el niño durmiendo en solitario es una novedad
y una excepción histórica. El ser humano es el que nace más neurológicamente
inmaduro de todos los primates y desarrolla sus recursos y habilidades para su
supervivencia más lentamente, por lo que parezca incongruente que sea el único
del que se espera que duerma solo a una edad tan temprana.
Y de hecho nuestros niños
siempre han sabido todo esto y nos lo han estado diciendo durante generaciones
con la única herramienta de la que disponían: su llanto. Pero la pediatría del
sueño occidental enseguida encontró razones y métodos para conseguir que los
padres lo ignoráramos. Por una parte nos lanzaron terribles amenazas sobre las
horribles consecuencias que tendría en la salud de nuestros hijos, y en la
nuestra propia, si no conseguíamos que durmieran según los patrones
establecidos. Por otra, calificaron el comportamiento instintivo de nuestros
hijos, llorar reclamando nuestra presencia, como una patología llamada Insomnio Infantil por Hábitos Incorrectos.
Y, finalmente, nos enseñaron a aplicar una serie de técnicas cognitivo-conductuales que nos
permitieron ignorar el llanto de nuestros bebés en contra de nuestros instintos
más profundos pero con el beneplácito y la bendición de la ciencia.
Pero, desde luego, no
de toda la ciencia. Los estudios más recientes en el campo de la neurología nos
muestran que el deseo del niño de sentir a su cuidador cerca para dormirse no
es ni un capricho ni una patología, sino una necesidad primal, ya que el
contacto prolongado e intenso entre madre y bebé es la manera en que la
naturaleza defiende a la criatura contra las dificultades fisiológicas y los
ataques ambientales. Diversas investigaciones han demostrado importantes
diferencias en la arquitectura y fisiología del sueño de los bebés que duermen
en solitario y los que colechan. Además, las tomas nocturnas de los bebés
amamantados han demostrado tener un importante papel fisiológico tanto para la
salud del niño como para garantizar el éxito de la lactancia.
Todas estas
observaciones han llevado a que en los últimos años el colecho haya ido pasando
de “prohibido” a “tolerado” y finalmente, entre los sectores más avanzados, a
“recomendado”. Al mismo tiempo las técnicas cognitivos conductuales basadas en
ignorar el llanto de los niños están siendo fuertemente cuestionadas, y muchos
de los que en su día las defendieron se esfuerzan en encontrar alternativas que
permitan a los padres atender el llanto de sus hijos y cubrir sus necesidades
afectivas al acostumbrarlos a dormir en solitario.
Y por último,
importantes investigadores hacen una llamada al cambio de objetivo en la
clínica de la pediatría del sueño: en lugar de perseguir, a cualquier precio,
que el bebé duerma en solitario y se autoconsuele, el objetivo debe ser
encontrar y mantener la Bondad de Ajuste,
esto es, el equilibrio y ajuste entre las capacidades intrínsecas de la
criatura y las exigencias del medio cultural, lo que conlleva dar absoluta
prioridad a las segundas sobre las primeras, a diferencia de lo que hasta el
momento sigue siendo la actitud de muchos de los profesionales más mediáticos.
Mis hijos duermen realmente donde les apetece, uno cumple 4 años en Agosto y el otro 2 en Septiembre y desde que nacieron han dormido casi siempre con nosotros, pero también duermen a veces en su cama. Me he dado cuenta que cuando estamos con ellos (los fines de semana) suelen quedarse en sus camas, pero que durante la semana que nos ven menos, aunque se duerman en sus camas se despiertan y nos reclaman. Creo que hay cierto patrón pero no me preocupa, me preocupa que ellos estén bien.
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